Por Departamento de Orientación

En zoología se conoce el nombre de crisálida como la fase en la que se encuentran algunos insectos; posterior al estado de larva y anterior al estado adulto. Esto ocurre así en las mariposas. La fase en la que se desarrolla el cuerpo y las alas de la mariposa transcurre oculta al mundo. Dentro del capullo ocurre la fascinante metamorfosis que da como resultado los espectaculares colores y formas caprichosas que toman las alas de estos seres. Todos podemos imaginar el momento de eclosión, un proceso lento y suponemos que traumático en el cual el insecto se libera de las paredes que le han servido protección para salir al mundo en su nueva forma. Nos parecen tan delicadas las mariposas y tan frágiles sus alas, que probablemente si algunos tuviéramos acceso a las crisálidas querríamos liberarlas de este sufrimiento y con un sencillo corte, facilitarles la salida del capullo y un acceso fácil y seguro al nuevo mundo. Pues bien, si preguntamos a un entomólogo o cualquier aficionado al mundo animal, o bien si conseguimos llevar a cabo esta idea, descubriremos que no solamente no conseguimos ayudar a la mariposa en su transformación final, sino que definitivamente la mariposa no podrá volar y morirá inevitablemente. El momento de eclosión de la crisálida y la salida de la mariposa es un momento traumático en el que el insecto tiene que luchar por conseguir romper el caparazón. Su pequeño corazón necesita este esfuerzo para latir con más fuerza y bombear sangre al cuerpo y a las alas. Este esfuerzo consigue aportar la resistencia y fortaleza suficientes a las alas para garantizar su capacidad de volar. Sin él, la mariposa no podrá completar su transformación y estará condenada.

Os estaréis preguntando a qué es debida esta repentina afición por la entomología. La explicación es que, a los humanos, y especialmente a los niños, les pasa exactamente lo mismo. En el proceso de crecimiento, los niños pasan por diferentes etapas y estados del desarrollo en el que se enfrentan a situaciones frustrantes y traumáticas para ellos. Procesos como el de socialización no son procesos gratuitos o exentos de fallos y en estos aprendizajes es inevitable caerse y volverse a levantar. Cuando movidos por el amor que sentimos hacia nuestros hijos les evitamos cualquier frustración o dificultad y no les permitimos que sean ellos los que gestionen estos aprendizajes, estamos sacándolos de la crisálida rompiendo ese cascarón. Con ello eliminamos el esfuerzo y por tanto el aprendizaje. Y esas alas crecen débiles para cuando el día de mañana las tengan que necesitar.

Creemos que nuestra mejor aportación a que desarrollen unas alas fuertes es crear las condiciones para que los niños tengan múltiples herramientas que les permitan gestionar las situaciones a las que se enfrenten; asesorarles, orientarles, guiarles, pero sin recorrer el camino por ellos, pues lejos de facilitarles la vida, esto puede resultar un espejismo hoy y un problema mañana.

(La eclosión de la crisálida es un fragmento extraído de una entrevista a Jorge Bucay)