Por Jesús Hurtado

Desde que el ser humano pisa la tierra el juego ha estado presente en sus ires i venires, en cualquier lugar, a cualquier momento y fuera cual fuera la edad. Sabemos que se practica en solitario o en grupo, pero en esta ocasión nos centraremos en los beneficios de compartir este “mágico” momento con los demás. Y es que jugar es crear un momento en el que nuestros cinco sentidos se van a abrir al mismo tiempo para perseguir un objetivo que seguramente nos resultará atractivo, motivador y divertido, que posiblemente compartiremos con otros participantes y que  de forma simplificada refleja situaciones que vivimos a lo largo de nuestra vida y cómo nos enfrentamos a ellas. Fomentar el juego en niños y adultos es aumentar las probabilidades de aprender valiosas enseñanzas para todos. Hoy os resumimos algunas de las razones que justifican lo que acabamos de exponer:

Es motivador y divertido
Esta es una de sus principales características. Jugar es divertido y una persona  que se divierte está motivada, atenta y dispuesta a dar todo su potencial en la actividad que está realizando. Esto multiplica los efectos de aprendizaje que se obtienen, potencia el desarrollo de la inteligencia y la creatividad y aporta seguridad al individuo conforme este se siente dominador de la tarea que se realiza.

Seguir las normas nos iguala a los demás y nos socializa
Un entorno estructurado nos estructura, nos ordena la mente. Y este orden es beneficioso pues facilita la comprensión de la realidad, creando habilidades para entender las situaciones y mejorar nuestras actuaciones.

Para jugar es necesario seguir algunas normas, y esas normas suelen ser iguales para todos. Este punto de partida obliga a los jugadores a ver al otro como un igual, en idénticas condiciones. Se trata de uno de los elementos inclusivos más fiables, es decir, todos somos iguales ante los juegos con independencia de edad, sexo, color de piel o condición personal (Como tendría que ser en la vida real, ¿no?).
En este marco de igualdad se trabajan conductas de respeto y aceptación así como colaboración y una competencia respetuosa entre los jugadores. Además, hay que practicar un respeto por las normas de inicio a fin del juego. Hacer trampas no solo está mal visto sino que suele invalidar el mismo juego. Una enseñanza valiosa para el mundo real.
Jugando aprendemos a respetar a los demás, tanto si ganamos como si perdemos. Generamos estrategias de equipo para conseguir los objetivos y esto produce el desarrollo de habilidades de planificación y creatividad.

Pone en marcha las emociones y permite comprender las de los demás
Es fácil pasar por muchos estados de ánimo cuando se juega; desde la frustración hasta la euforia. Jugando aprendemos que no es malo sentirnos de uno u otro modo si canalizamos cualquier emoción para que nos beneficie o no llegue a perjudicarnos en exceso. Aprendemos autocontrol, gestión del estado de ánimo, tolerancia a la frustración e incluso una mejora en nuestra gestión del estrés.
Y todo este valioso potencial también lo aprendemos respecto a nuestros compañeros de juego, pues observamos cómo juegan y reaccionan. Podemos empatizar con ellos y entender sus decisiones e incluso es fácil actuar como apoyo y ayuda de forma solidaria o buscando el objetivo común.

Mejora la comunicación
En todo este proceso es necesario hacernos entender, por ello resulta tan beneficioso para favorecer la comunicación entre las personas, tanto la verbal como la no verbal. Pues según sea el juego una mirada o un sutil gesto puede suponer una gran acción.

Demos importancia al proceso y no al resultado
Todos conocemos a quienes no se toman muy bien perder en los juegos. Se trata de una buena oportunidad para dar importancia al proceso de jugar y no al resultado final. Exprimir el momento y sacar los beneficios de divertirnos y aprender jugando se gane o se pierda. Muy parecido, por ejemplo, al mundo académico en el que tanto hincapié hacemos en la importancia de trabajar el proceso de estudio y aprendizaje y no centrarnos únicamente en los resultados.
Vivimos como jugamos, jugamos como vivimos. Juguemos de un modo sano, saludable, respetuoso y  apasionado y seguramente veremos cómo estas actitudes se trasladan a nuestra vida. Y si educamos a nuestros hijos en estas claves, posiblemente mañana tengamos mejores jugadores y, por tanto, mejores “vividores” para este mundo.