Por departamento de orientación

 

¿Deberíamos los padres preocuparnos cuando detectamos que nuestros hijos no nos están diciendo la verdad?
Es muy probable que la mayoría de nosotros respondamos que sí, ya que la sinceridad es un imperativo moral que intentamos inculcarles desde bien pequeños.
Sin embargo, lo que tenemos que tener claro es que, si los adultos sabemos cómo no decir la verdad, los niños también.
En ocasiones, hay ciertas conductas en nuestros peques que, como poco, nos descolocan. Como cuando aseguran que han visto pasar a la brujita Marujita montada en su escoba días antes o después de ir a visitarla.
A este respecto, entre las conductas “imaginativas” que más me han impactado como observadora del desarrollo de mis hijas, está la presencia recurrente de amigos que sólo existen en el plano de la fantasía:

  • ¡Otra vez has dejado todos los juguetes por el suelo!
  • Ha sido Claudia.
  • ¿Claudia?
  • Sí, estoy jugando con ella.

La respuesta es tan “sentida” que, ciertamente, produce cierto desasosiego, a la par que pone los pelos de punta, (todo sea dicho).
Pero… esto, ¿es indicativo de algún problema? Pues, a pesar de lo que pueda parecer, no.

De acuerdo con la AEP (Asociación Española de Pediatría), el niño que crea un amigo imaginario “tiene mayor capacidad de comprender las emociones y las creencias de los demás. Es decir, tienen mayor capacidad de empatía, lo que le va a facilitar su interacción social”. Por otra parte, “va a desarrollar más su lenguaje interior, lo que favorece un mejor desarrollo de sus capacidades lingüísticas y narrativas”. Asimismo, las investigaciones nos dicen que los niños que mienten tienen mejores «funciones ejecutivas» (facultades y habilidades diversas que nos permiten controlar nuestros impulsos y nos mantienen enfocados en una tarea), así como una capacidad intensificada para ver el mundo a través de los ojos de otros, un indicador clave de desarrollo cognitivo conocido como la «teoría de la mente».

Así pues, mentir es un rasgo evolutivo que aparece relativamente pronto en el desarrollo, entre los 2 y 3 años, y que se va sofisticando a lo largo de la infancia y de la adolescencia, y que, como hemos indicado, se relaciona con niños y niñas que denotan una buena inteligencia ya que una buena mentira precisa de imaginación, pensamiento analítico, memoria y planificación estratégica, puesto que debe ser creíble para la otra persona.

Sin embargo, hacia los 8 años, las mentiras suelen tener más que ver con ciertas carencias o dificultades en el niño, y las intentan usar como estrategia.
Así pues, ¿qué pasa si nos encontramos ante un pequeño/a mentirosa/a que consigue que todo lo que nos cuenta nos genere cierta duda y desconfianza?
Como educadores y padres debemos intentar:

  1. Entender qué hay detrás de la mentira.

Los niños pueden mentir por evitar un castigo o defender su inocencia cuando han cometido un error. Para llamar la atención. Porque notan un exceso de exigencia. Para probar a ver qué pasa. Porque nos imitan. Los niños más pequeños también suelen mentir cuando se sienten avergonzados y ya, en la época preadolescente y adolescente, tienden a hacerlo para proteger a otros, a sus iguales.

  1. Mantener la calma.

Tenemos que entender la mentira en sí misma como una oportunidad de aprendizaje y para ello es fundamental que nuestra reacción sea pausada y libre de juicios morales.

  1. Evitar enfadarnos, aunque la verdad no nos guste.
  2. Dar buen ejemplo.

Normalmente, la mayoría de los padres decimos a nuestros hijos que la mentira es mala, pero al mismo tiempo los niños aseguran que los padres decimos mentiras. Dependiendo de la edad, esto suele ser muy confuso para ellos porque no todas las mentiras son dañinas y no todas las verdades no lo son.
Como conclusión, aunque en principio la fabulación forma parte del desarrollo normal de los niños y niñas a la par que es un rasgo de inteligencia, los padres y profesores necesitamos tener más conversaciones con ellos sobre las verdades y las mentiras, y en especial sobre la confianza y cómo se puede ganar o perder.
En definitiva, más que “castigar” las mentiras, conviene recordarles los beneficios de ser sinceros y las desventajas de lo contrario, fomentando una comunicación saludable con nuestro/a hijo/a, en la que les expliquemos las consecuencias de sus actos.